¡Basta de comida chatarra, aprende a guisar!

¡Basta de comida chatarra, aprende a guisar! ¡Basta de comida chatarra, aprende a guisar!.

Por Mónica Hernández-Roa

Cuando era niña, mi abuela mataba las gallinas si iba a hacer un caldo para sus nietos. O bien, mataba el guajolote para la cena de navidad. Pasé una gran parte de mi infancia en el rancho de mi abuela Concha, en la selva de Veracruz, donde aprendí cómo la gente siembra sus propios alimentos y cómo se alimentan sin utilizar ningún tipo de conservador o químico que le hacen daño a su cuerpo y a su salud.

Actualmente los jóvenes no piensan en casarse, o si lo piensan, lo posponen para después de los 30 años, lo cual me parece bien o perfecto. Lo que no me parece bien es seguir siendo la mamá de tiempo completo para hijos adultos porque es hora de que retome muchos sueños que dejé por ellos y debo enseñarles que el hecho de querer a su mamá lavando y guisando para ellos ahora que son adultos, es un acto egoísta y desconsiderado. Y cuando eso sucede en la vida de una mamá, es hora de poner en práctica lo que aprendiste de tus abuelas.

¿Cómo va a ser divertido cocinar?, me preguntó mi hijo Emiliano de 24 años, quien gusta mucho, como muchos  jóvenes de hoy, de comer papas congeladas y Nuggets. Es cierto que las mamás que hoy trabajamos encontramos en estos productos un “remplazo” de todo aquello que no tenemos tiempo de guisarles. Pero tampoco es un pretexto para que ellos aprendan a preparar  alimentos sanos para sí mismos.

¡Claro que es divertido cocinar!, le dije. Lo divertido está en los colores de los alimentos, en los sabores -le dije mostrándole los jitomates, el pepino, el camote con su color café-morado- y en el ingenio que le pones a la comida que te vas a comer y sobre todo, porque cuidas tu salud. No estaré yo aquí toda la vida, le aseguré, y debes aprender a guisarte para ti mismo, con ingenio, por salud y por diversión.

¿Pero si no tengo en el refri los alimentos que necesito ?, preguntó. Bueno, ahí es donde exactamente entra el ingenio, le confirmé. Abres el refri –le dije abriendo el refrigerador- y observas lo que tienes; tu mente comienza a imaginar los alimentos que puedes preparar con lo que tienes.

Mira, unas piernas de pollo: las haremos al horno, con pimienta y especies. ¿Oye, hay pimienta? ¡Sí, má, sí hay pimienta con limón! Perfecto, le dije, quedarán deliciosas estas piernas de pollo al horno. También tenemos mmm, vamos a ver: un pepino, un repollo (col) y unos jitomates rojos duritos y firmes como a mí me gustan. ¡Ah, y unas papas para hacer papas francesas! ¿Ves? Ya tenemos una deliciosa ensalada y unas papitas francesas. ¿Y qué haremos con esos frijoles que ya están hirviendo en la estufa? ¿Para que no sepan a frijoles así, en bola? Bueno, haremos una deliciosa crema de frijoles, aunque para eso necesitamos leche y mantequilla... ¡Sí, má, sí hay leche y mantequilla! Me afirmaba Emiliano y porque estábamos viendo qué nos faltaba para ir a comprar la despensa de hoy.

Mira, le dije, todo consiste en que eches a volar tu imaginación. Por la mañana Emiliano había frito algunas tortillas y deshebrado un queso panela y comimos unos tipo sopes con salsa y queso. Mi abuela nos daba esto cuando éramos niños. ¡Y es que éramos como 50 nietos!

La gente en el rancho como muy bien, le dije, se alimentan de los animales de la región, de los frutos y verduras de la región, y hasta pescan o cazan sus propios alimentos.

Mi tío Armando, siempre estaba haciendo cosas “raras” en la cocina. Hacía iguana, armadillo, culebra o tortugas. Cocía la comida o la freía y siempre me invitaba a comer sus cosas “raras” y yo siempre salía corriendo y con la cara de guácala, siempre le decía: “No, gracias”.

Mi tío Fernando siempre andaba cazando jabalíes o serpientes, y eso comía, allá, en la selva, donde tanto le gustaba andar con rifle y machete en busca de animales para comer.

Los niños, le dije, pescaban pequeñas mojarritas en el río, y veías a los niños y a mis primos quitándoles las escamas y luego, las metían una por una a unas varitas de madera, hacían su fogata, y ahí veías a los chamacos asando sus pequeñas mojarritas que habían pescado en el río.

Es muy difícil que tú veas niños gordos o adultos con obesidad en los ranchos, le dije, ¿por qué? Porque los niños en los ranchos no tienen Nintendo ni wii ni ningún aparato para jugar de esos que tú tienes. Los niños del rancho corren, nadan en el río, y para ir a la escuela o al mercado tienen que caminar varios kilómetros diarios, de ida y de vuelta.

¡Pero sí hay tiendas! ¡Seguro que comen Maruchan! Bueno, seguramente que sí hay, le dije, pero no es lo que comen al diario. Por ejemplo, le dije, para ir al mercado del rancho de mi abuela, teníamos que caminar como 3 kilómetros, y además, teníamos que ir en la tarde, porque los animales se matan a medio día, y no encuentras carne en la mañana, sólo en la tarde puedes encontrar carne de cerdo o de otras cosas raras como esas que hacían mis tíos.

¿El cerdo es lo que más se come en Veracruz? En esa parte de la selva, sí. Porque la gente que vive junto al mar come más marisco, pero la gente de la selva, donde vivía mi abuela, come más carne de cerdo. De hecho, le dije, la gente cría a sus cerdos, todo el año los engordan, y a fin de año se matan y se come una riquísima “cochinada”.

Las gallinas están en engorda, al igual que los guajolotes. Las gallinas son para el diario vivir -aparte de los huevos que dan- y el guajolote se mata y se guisa sólo en ocasiones especiales, como un cumpleaños, una boda, o para navidad. ¿También engordan el guajolote todo el año? Sí, lo que conocemos en la ciudad como pavo, como turkey, es lo mismo que un guajolote; aquí en México le decimos guajolote al pavo.

Finalmente, le dije, cuando yo era niña nunca me gustaron ni las papas de esas de la tienda, ni tampoco me gustaron los refrescos (sodas). En la casa de mi abuela jamás había refrescos ni papitas. Ella misma freía camotes en rueditas para sus nietos, hacía dulces de tamarindo, que eran unas bolitas de tamarindo con azúcar, había caña ¡mucha!, porque es la región de la caña en Veracruz. Tomábamos agua de Jamaica, de limón, de tamarindo, y hasta aguas de hierbas, yo creo que para aplacar a tanto chamaco travieso que éramos todos sus nietos.

Así que, mijito, le dije a mi Emiliano, yo tengo muchas cosas qué hacer, no voy a hacerte de guisar para siempre; aunque vivas aquí, debes aprender a guisarte para ti mismo. Y, aunque estés muy delgado, si sigues comiendo tanto mugrero congelado te vas en enfermar de diabetes y de colesterol.

Así que ya es hora de que te hagas de comer para tí, y puedes guisar alimentos sanos y nutritivos y alimentos que se preparan súper rápido, cuando mucho en 20 minutos.

Emiliano torció la boca y yo sólo sonrío. No les vamos a ser eternas a nuestros hijos. Tienen que aprender no sólo a cocinarse, sino a vivir en lo limpio y en una casa ordenada. De lavar el baño, trapear, y recoger su cuarto, luego le cuento…  Esa es otra historia…