Por: Mónica Hernández-Roa
Primero dijo que quitaría a la ‘mafia del poder’, a políticos y empresarios corruptos que se habían adueñado literalmente del país y del destino de los mexicanos. Este candidato hablaba de un país donde los hombres poderosos parecieran tener a todos trabajando para que éstos sigan haciéndose más ricos, mientras el país pareciera empobrecerse más.
Ellos, los empresarios (muchos de éstos hace cien años llamados “hacendados”), los políticos, sabían de la ignorancia del pueblo mexicano, pero el valemadrismo de éstos y la explotación hacia los más necesitados seguía su curso, como sucede en todas partes, desde que Dios creó al mundo.
Entonces, el entonces candidato recorrió todo el país mientras estuvo en campaña.
Promulgó sus ideas a través de un libro, invitó a la gente a un cambio, a una revolución, a no dejarse más aplastar y estar sometidos en manos de un poder tan antaño, tan viejo, dirigido desde un sistema político que provocó un hartazgo social incomparable en la historia de México.
Entonces, llegó a la presidencia, ¡ganó en elecciones históricas!
Llegó y quiso empezar a poner orden, pero, el candidato comprendió que no era lo mismo hacer promesas en campaña que llevarlas a cabo, y menos en tan poco tiempo, como esperaban sus simpatizantes.
Y como no pudo actuar tan de inmediato, sus aliados comenzaron a darle la espalda, dijeron, pensaron, afirmaron, que el nuevo presidente ya estaba pactando con los más poderosos del país y que no le cumpliría al pueblo que lo eligió.
Los medios de comunicación también comenzaron a darle la espalda, también desconfiaban y ya no le tenían tanta credibilidad; el candidato, que venía de provincia, emanaba un patriotismo no visto hacía mucho tiempo y, pese a tanta crítica y desconfianza, se sostenía en sus promesas.
Primero, dijo que no se iba a subir en ese avión, un avión “para presidentes”, porque él despreciaba ese poder del que se jactó el anterior presidente, y además porque él se consideraba un mexicano más, sin distingos con nadie. En algo era congruente, cuando menos en sus primeros días como presidente, había intentado a toda costa ser congruente entre sus ideas y sus hechos.
La gente estaba contenta porque había ganado, los hartos y suprimidos, los humillados y explotados, volvieron a tener esperanza, luego de tantos años de aquel viejo sistema del poder. ¿Quiénes no estaban contentos con este cambio?, ¿quiénes no querían a este nuevo presidente? Principalmente los ricos, los llamados “burgueses”, los de la “alta sociedad”, empresarios y políticos mexicanos que habían disfrutado por más de medio siglo las dádivas y amiguismos del poder, llevando a una crisis social y económica al país, donde los ricos eran cada día más ricos y los pobres eran cada día más pobres.
¡Pero nadie le tenía paciencia! ¡Ni los que habían luchado a brazo partido por él y con él!
¡La gente quería que llegando, el nuevo presidente, tomara su varita mágica, la moviera, y que todos los problemas de México quedaran resueltos de inmediato!
La prensa, libre y crítica, lo hacía pedazos cada día.
Él insistió que sí podía, que lo haría y que no le importaban las críticas y mover de esa manera al país; se mantuvo firme en que los cambios que necesitaba México serían poco a poco, y que tenía por delante varios años para lograr todas las promesas hechas en campaña y en aquel libro que unos cuantos pudieron tener en sus manos.
Arrasó en las votaciones. A México le urgía un cambio.
Pero como dice un capitán del Ejército Mexicano a quien conozco muy bien: “Las revoluciones no se hicieron a través de la paz”.
Las revoluciones hieren, lastiman, mueven conciencias y mueven a toda una sociedad. Afectan a los corruptos y explotadores, y generan cambios favorables a quienes han padecido esa corrupción y explotación durante tantos años.
Él vino y quitó a un poderoso que representaba a esa mafia del poder que controlaba todo –léase todo- el sistema político, económico, educativo y social de México.
La gente o no quiso entenderlo, o esperaban que los cambios se dieran de un día para otro.
Este nuevo presidente no quiso que nadie lo cuidara, retiró al Ejército Mexicano para que no lo protegieran y quiso seguir cercano a la gente. Le dijeron que no, que corría grave peligro.
Porque la historia de México nos señala que cuando un presidente corrupto se va, no se lleva consigo a todos sus ‘cuates’ de la "mafia del poder". El presidente se va, sí, pero todos los corruptos se quedan dispersos ocupando puestos estratégicos en todo el aparato político y económico del país.
Quizá no lo entendieron, o no le quisieron apoyar; el pueblo demandaba cambios, pero el pueblo no supo saber esperar y creo, que ni siquiera lo dejaron trabajar.
Pobre Francisco I. Madero, no lo dejaron gobernar.