Comparado con otros animales, el desarrollo de los humanos es lento durante los primeros años de vida. A diferencia de la mayoría de mamíferos que adquieren habilidades básicas como caminar y correr horas después de nacer, nuestra especie desarrolla sus funciones cognitivas a su propio ritmo, en parte debido al intrincado proceso de evolución y el tamaño del cerebro.

El caso de los perros, la sabiduría popular asegura que cada año de vida canina equivale a 7 años humanos. Este razonamiento ampliamente difundido en la cultura popular, descansa en la premisa de que si los perros viven como media entre 10 y 13 años y la esperanza de vida humana se ubica por encima de los 70 años en la mayor parte del globo, entonces la proporción de 1 a 7 es representativa de la edad perruna a partir de los estándares de nuestra especie.

A pesar de que esta regla resulta útil para, por ejemplo, comprender que un perro está en la mitad de su vida si ha cumplido 5 años (representados como 35 humanos), lo cierto es que el desarrollo de los seres vivos no es lineal y tanto su crecimiento, como desarrollo y madurez varían de la escala  humana.

Con la intención de dilucidar las dudas sobre el tema, un nuevo estudio de la Universidad de California en San Diego analizó el material genético de 104 muestras de sangre de labrador retriever en busca de un proceso conocido como metilación de ADN, presente en distintos eventos fisiológicos como el envejecimiento.

“Mapeamos los cambios comunes de metilación experimentados por los genomas de mamíferos a medida que envejecen, centrándonos en la comparación de humanos con perros, creando un modelo emergente de envejecimiento“, afirman los responsables del estudio publicado en Cell Systems.