Salvador Arias, jefe del Jardín, explicó que este espacio, fundado en 1959, ocupa más de cinco hectáreas en la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel.
Se trata de un ecosistema único formado por lava solidificada tras la erupción del volcán Xitle, ocurrida hace unos dos mil años. En este entorno rocoso, conocido como malpaís, crece una comunidad vegetal altamente especializada y adaptada, que ha sido cuidadosamente preservada por décadas.
Arias destacó que el sitio no solo es un verdadero centro de ciencia viva, al tiempo que se utiliza también como un lugar de contemplación natural.
“Aquí se resguardan más de mil 600 especies de plantas, muchas de ellas en peligro de extinción. Nuestro trabajo es conservarlas, estudiarlas y también compartir su valor con la sociedad”.
Las colecciones vivas del jardín, explicó, incluyen cactáceas, suculentas, agaves, orquídeas, helechos, bromelias, árboles tropicales y plantas medicinales, algunas cultivadas en ambientes controlados que replican sus condiciones naturales. Algunas especies tienen una historia entrelazada con la de los pueblos originarios, y son valoradas no solo por su rareza biológica, sino también por su uso tradicional y cultural, añadió el investigador universitario.
Además de su riqueza vegetal, el Jardín Botánico ha demostrado ser un refugio para la fauna urbana. Entre sus visitantes frecuentes se encuentran aves como colibríes, cardenales, cenzontles, serpientes inofensivas, abejas nativas, lagartijas e incluso un peculiar habitante que ha ganado notoriedad entre los trabajadores del lugar: el tlacuache.
“Es uno de nuestros vecinos más entrañables. Mucha gente piensa que es una plaga, pero cumple un papel importantísimo en el ecosistema: es omnívoro, ayuda a controlar insectos y roedores, y dispersa semillas. Su presencia aquí es un indicador de salud ambiental”, acotó Arias.
Se estima que hay alrededor de 40 especies migratorias y de vía continua. Por ejemplo, en época de lluvias llegan dos que difícilmente se ven en otro lugar.
Aunque muchas veces pasan desapercibidos, los hongos también forman parte del Jardín Botánico y cumplen funciones ecológicas esenciales. Salvador Arias manifestó que estos organismos no son plantas ni animales, pero son fundamentales para la vida de ambos reinos, ya que descomponen materia orgánica y permiten el reciclaje de nutrientes en los ecosistemas.
Más que un simple jardín
Aunque muchas personas asocian el Jardín Botánico con visitas escolares o paseos tranquilos entre plantas, su labor va más allá. En sus instalaciones tanto científicos como estudiantes desarrollan investigaciones en biología vegetal, ecología y restauración ambiental, además de proyectos de conservación ex situ —fuera del hábitat natural— de especies en riesgo.
También cuenta con un banco de semillas y un programa activo de reproducción de plantas raras, que son reintroducidas a sus hábitats cuando las condiciones lo permiten, abundó el académico universitario.
El jardín desempeña un papel crucial en la divulgación científica y la educación ambiental. A lo largo del año se imparten talleres, recorridos guiados, exposiciones temporales y actividades interactivas para todo tipo de público.
Por ejemplo, el 14 de febrero tienen visitas que hablan sobre plantas usadas entre los enamorados, a finales de septiembre diseñan estrategias para hablar sobre la importancia del maíz, y el día de la Dahlia, que es la flor nacional, tienen un recorrido para conocer a las Dahlias silvestres.
Con estas acciones, el equipo del jardín busca generar conciencia sobre la importancia de cuidar la diversidad biológica y promover una relación más respetuosa con el entorno natural.
Para Salvador Arias, además es un lugar de memoria y resistencia. “Conservar plantas es también conservar historias, saberes y vínculos con la tierra. En este espacio viven especies que llevan miles de años en nuestro territorio, y es nuestra responsabilidad asegurar que sigan aquí en el futuro”.
El Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM no solo celebra un año más de existencia, sino que reafirma su compromiso como un oasis de conocimiento, conservación y conexión con la naturaleza.
En cada rincón, entre biznagas centenarias, copales, orquídeas o un discreto tlacuache entre las rocas, se revela una verdad silenciosa: proteger las plantas es también proteger la vida.
La celebración
Como parte del festejo por el aniversario del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM, se organizó una jornada llena de actividades para todo público, con el objetivo de acercar a la sociedad al conocimiento y conservación de la flora mexicana.
Hubo talleres de propagación de plantas, recorridos guiados por diferentes secciones —incluyendo el invernadero de cactáceas y el área de plantas medicinales— y charlas impartidas por especialistas que explicaron la importancia de preservar las especies nativas y endémicas de México.
Además, se instaló un mercado de plantas en donde los visitantes pudieron adquirir ejemplares cultivados en el propio jardín, con el compromiso de cuidarlas y entender su origen.
Salvador Arias resaltó que estas actividades no solo buscan celebrar un aniversario, sino fomentar una cultura ambiental entre los asistentes.
El festejo incluyó también una exposición sobre las adaptaciones de las plantas al cambio climático, una obra de teatro que habla sobre hongos microscópicos, así como dinámicas para niñas y niños que permitieron sembrar y llevarse una planta a casa.
De esta manera, este espacio reafirma su vocación educativa, científica y de conservación, además de fortalecer su vínculo con la comunidad universitaria y la ciudadanía en general.